Un bosque de abetos blancos agrupados en miles de columnas sagradas, van marcando el ritmo de mis pasos por esta inmensa catedral natural que logra hacerme sentir pequeña, mientras creo escuchar el susurro de las hojas, contando las historias de sus intrusos escritores y poetas, entre monjes, santos y peregrinos, quienes han decidido habitar en él.
“Un pequeño universo que termina en sí mismo, en el la memoria de las figuras históricas y de los poetas fantasmas, la inmanencia de espectaculares y pintorescos paisajes, las constelaciones en los muros de sus poblados, iglesias y castillos, que desde siempre han gozado de una basta red de recorridos fascinantes“. (Attilio Brilli)
Estamos en el corazón del Valle Santo, en medio del Parque Nacional de los bosques Casentinos, considerado un valle “cerrado” ya que hasta hace un siglo el poder acceder a estas zonas no era nada sencillo. Guiados por el río, en donde no habían calles de acceso, tan sólo pequeños senderos, se atravesaban los pequeños poblados y pueblos de piedra en medio de los bosques.
Tal vez es por eso, que el Casentino ha sido descrito por los primeros viajantes del Siglo XIX como una “feliz isla que permanece latente a lo largo del tiempo“. Puede que por el mismo motivo, los monjes que atravesaban estos bosques, volvían a hallar la santidad fuera de lo común, invitándoles a quedarse y construir aqui su espacio de meditación.
Actualmente, este valle cerrado es un sitio salvaje y hospitalario, diferente de las rutas turísticas de siempre en la Toscana, que invita a recuperar el verdadero contacto con la naturaleza. Es un valle de presencia histórica relevante, con antiguos poblados de piedra, leñadores, trabajadores del carbón, molineros, con pequeñas iglesias e imponentes santuarios como Vallombrosa, Camaldoli y La Verna, que en al año 1833 gracias a sus formas y colores naturales ya habían cautivado a los viajeros del siglo XIX de los Grand Tours (grandes vueltas).
En 1833, la intelectual británica Lady Charlotte María Bury le hacía una elegante visita guiada en versos a la reina de Inglaterra, que precisamente la tutuló “The three great Sanctuaries of Tuscany. Vallombrosa, Camaldoli, La Verna” (los tres grades santuarios de la Toscana), un poema de bellas indicaciones y un volumen elegante de viajes acompañados de grabados sobre los santuarios de Vallombrosa, Camaldoli y La Verna, del cual la reina queda enamorada. Lady Charlotte Maria Bury describe las formas románticas de la naturaleza del Casentino, el cual la religión ha consagrado desde siempre.
Pero ya muchos años antes de la llegada de los peregrinos, monjes y santos escogían estos mismos lugares para su naturaleza intensa, poética y espiritual, como San Francisco elige el monte de La Verna y San Romualdo el espeso bosque de Abetos de Camaldoli.
A los pies de los Bosques Sagrados, hacia el Santuario de La Verna
En el año 1213, el conde Orlando Cattani invitó a San Francisco a visitar un área muy atractiva, que según él era ideal para el retiro y la meditación, para luego dárselo como un regalo (cada año, en julio se puede asistir a una rememoración atractiva con los trajes de este importante evento histórico). Sobre esta región, hoy destacan uno de los conventos más famosos del Casentino, el de La Verna.
Para poder llegar allí, recorremos el antiguo sendero de los Bosques Sagrados, debiendo atravesar una estrecha abertura en una pared de piedra y roca natural. Caminamos sobre un prado, donde la hierba se entremezcla con miles de flores de colores, y sólo basta con alzar la mirada para ser cautivados por la escultura del santuario. Sobre la cima del monte de La Verna, la antigua construcción se une con la escultura natural de la roca formándose así un único elemento.
El recorrido es encantador porque atraviesa un atractivo bosque de abetos blancos, donde grandes bloques de rocas recubiertas de musgo crean grutas y cuevas naturales, que fueron utilizadas un tiempo como neveras por los monjes.
A lo lejos se ven las montañas y la reserva natural de Sasso Fratino, considerada la reserva natural más antigua de Italia, en la que desde 1959 fue prohibido el acceso al hombre. En aquél tramo de bosque virgen, situado sobre un terreno particularmente empinado que alberga plantas seculares y muy antiguas, una riqueza en biodiversidad, se creó a inicios de los noventa el Parque Natural de los Bosques Casentinesi.
Un camino sin prisas en este monumental bosque, donde se respira un perfume a musgo y corteza, mirando a lo alto ejemplares tan antiguos de abetos y hayas que alcanzan una altura de 50 metros y un diámetro de 180 cm, o más abajo en la tierra húmeda hallar las huellas de ciervos, lobos, corzos y jabalíes.
El sendero de los bosques sagrados es un recorrido de meditación en medio de la belleza de la naturaleza que prepara la llegada al santuario de La Verna.
Una vez dentro de los muros del santuario, se tiene la sensación de regresar a la realidad, entre turistas con el sombrerito, monjes que atraviesan sus antiguos espacios arquitectónicos y el sonido de las campanas regresan marcando el paso.
Pero, sobre la pared de un largo pasillo regular, con frescos de lo que fue la historia de San Francisco, se abre una puerta inesperada, que nos transporta a la belleza de la naturaleza donde nada es predecible y regular. Más allá de la puerta, luce un atractivo paisaje de piedras, árboles y rocas regalando nuevamente un espacio de poesía y espiritualidad.Desde aqui, descendiendo alguna escalera en una gruta natural, se descubre el espacio obscuro y apartado escogido por San Francisco como lugar de reposo.
El corazón del santuario, un recinto auténtico de naturaleza, donde se perciben sus sonidos entre movimientos de las hojas y el canto de las aves, haciendo que mi imaginación recorra aquel camino entre prados, rocas y bosques sagrados hasta culminar aquí.
Para mayor información acerca de las visitas guiadas al interior de La Verna, es necesario reservar previamente con los hermanos (santuarioverna@gmail.com, 0575 5341) y se pide extrema puntualidad en el horario acordado.